Los antiguos dioses en Al-Andalus

Era una mañana normal en Al-Buniyul (Arbuniel);como era ya más que una tradición el sol
veraniego alumbraba los olivos de Jaén como si el mismo Al-lāh las admirara. Pero había algo que
inquietaba a Ayman- y eso que tal y como su nombre señala había sido afortunado- y ese algo
carecía de significado, pues,¿quién iba a atacarles allí, en mitad del campo? En la costa podría haber
piratas, pero o los barcos navegaban sobre la tierra o estaba complicado. ¡Eureka! Ya entendía qué
le atormentaba, hacía semanas que se retrasaban las nuevas del sur. Y encima él en vez de vigilar
esa ruta se había dormido bajo un olivo lo bastante lejos del pueblo como para no verlo desde allí
pero sí ir lo suficientemente rápido como para en llegar en un par de horas a caballo.
“Aunque total, si aquí no nos va a atacar nadie”- pensó Ayman. “Pero bueno si quiero evitar
el castigo será mejor que vuelva a mi puesto antes de que me pillen aquí o sólo guardaré mi
cadáver”. El vigilante suní antes de partir notó olor de humo, pero no le prestó atención. Él y su
caballo partieron a Al-Buniyul iluminados por el sol como si fueran guerreros sagrados de Al-lāh,
o al menos eso se lo gustaba pensar a Ayman que creía que tanto el destino como su dios le habían
elegido para algo importante, y tras un par de horas vislumbraron el pueblo, pero lo que vio le hizo
desear haber permanecido en la sierra y no en ese pueblo (si es que a lo quedaba se le podía llamar
pueblo).
Abundaba más el humo y el olor a muerte que la vida misma, si hubiera visto a alguien no
sabría si considerar siquiera la posibilidad de que estuviera vivo y en realidad fuera un muerto
viviente que clamara venganza por tal masacre y barbarie. Avanzó lentamente, viendo cada palmo
de tierra de lo en que hasta ayer había algún rastro de vida. Hasta llegar a una gran pira, y allí
estaban amontonados todos los que un día fueron vecinos. De ahí provenía el acre humo que lo
acompañaba y maldecía fuera donde fuera.
El olor era tal que Ayman cayó de rodillas al suelo y se habría desmayado si no fuera porque
estuvo rápido y se tapó la nariz mientras andaba a rastras huyendo del lugar, a su paso veía a todas
las casas y tiendas abiertas de par en par; parecía que quién hizo esa barbarie estaba más interesadoen el dinero que en la vida humana.
Miró al cielo, era mediodía. O bien se había levantado más tarde de lo que pensaba o bien
bajo ese lugar maldito el tiempo pasaba más rápido, aunque no prestó atención a ello porque
acababa de descubrir que quién hizo eso no era humano, porque un humano sean cuales sean sus
faltas jamás haría lo que tenía ante sus ojos. Vomitó y cayó de bruces contra el suelo ante tal
espanto.
Ante su mirada se alzaba un hombre de espaldas que bien parecía un águila con las alas
extendidas, pues su espalda estaba abierta tanto como las casas de su pueblo. Pero eso no era todo,
se acercó a duras penas y vio cómo su columna vertebral estaba reventada y sus pulmones en vez de
estar donde Al-lāh las puso estaban sobre sus hombros. Para Ayman no había dudas, era un castigo
divino por sus pecados. A su lado vio un hacha tan o más grande que él mismo, con eso sería con lo
que habrían hecho esa... esa... no hay palabra en el mundo que lo describa.
Vomitó otra vez y en cuanto tuvo un poco de fuerzas corrió como nunca había corrido.
Fueran humanos, monstruos o un castigo divino, era algo abominable y si le gustaba estar vivo era
mejor no encontrarse a ninguno de ellos.
Huyó sin saber adonde iba, si es que iba a algún sitio, porque a él ya no le importaba el
camino: sólo quería huir, huir y huir. Sus pasos le llevaron al cerro de la Atalaya, aquel del famoso
tesoro. Pero de repente vio un grupo de guerreros armados con hachas, y defendidos por grandes
escudos redondos, que hablaban y reían en una lengua extraña para él. Una lengua bárbara, pensó
Ayman.
Esos bárbaros debían medir por lo menos 2 metros, eran blancos como la leche, rubios como
la arena del desierto y con barbas tan frondosas que entre la altura de sus dueños y ellas parecían
robles. “Estarían buscando el tesoro”- pensó Ayman- “pero si son extranjeros, ¿cómo iban a conocer
la historia?” Desde luego estaba en un día de locos. Aunque espera... uno del grupo le resultaba
familiar, ¡claro! Era un criminal de su pueblo que había sido condenado a muerte pero huyó de
prisión y nunca más se supo de él, y ahora que lo recordaba era una persona muy letrada quegustaba de viajar a países extraños como una tal Inglaterra, un reino de sajones católicos al norte de
los francos que según dijo alguna vez ese traidor estaba siendo saqueado por unos guerreros
formidables conocidos como... ¿cómo era? Lo había olvidado, pero bueno tampoco importaba, los
traidores no conocen de fronteras-Pensó el bereber.
Tan absorto estaba en sus pensamientos que no se dio cuenta de que uno de esos bárbaros
que no recordaba su nombre lo había visto. Rápidamente lo atraparon y lo pusieron de rodillas de tal
forma que sus brazos estaban extendidos y sujetados por dos troncos. En este momento Ayman
lamentó su suerte y su estupidez por no haber huido una vez más. Mientras los bárbaros gritaban en
una lengua desconocida: “¡Entregamos a este seguidor de falsos dioses a Odín!” Nuestro
protagonista se dispuso a rezar a Al-lāh con la vehemencia que el miedo más absoluto nos otorga.
Su sexto sentido le dijo que iba a correr la misma suerte que el de la espalda partida.
Uno de esos bárbaros sin nombre cogió un pequeño cuchillo y lentamente le fue cortando la
espalda en una perfecta y constante línea recta, Ayman soltó un grito de dolor. A continuación con
las manos abrió su espalda, cogió un hacha tal y como la vio en el pueblo y de un golpe seco sintió
como sus vértebras se rompían y como sus costillas se abrían en canal. Soltó un grito tal que si ese
monstruo fuera humano se habría quedado sordo. Y cayó un golpe más, y otro y otro hasta que no
quedó ni un solo hueso entero en su cuerpo. A continuación con la mano ensangrentada del verdugo,
Ayman sintió un dolor inimaginable, pero esta vez no gritó y no por falta de ganas sino porque
sencillamente no tenía fuerzas. Sin saberlo le acababan de arrancar un pulmón, a continuación se
repitió el proceso- mientras la sangre salpicaba a los presentes- y el otro le fue extraído para que
ambos acabaran colocados sobre los hombros del bereber, tal y como había visto en el pueblo.
Y en ese momento el verdugo invocó- aunque sin que lo entendiera- “¡Odín te damos este
águila de sangre para que nos perdones por permitir que hayan infieles vivos que nieguen tu divina
existencia!” Pero aunque Ayman hablara su lengua no los habría entendido porque estaba ocupado
agonizando bajo la que dicen que es la ejecución más espectacular para los espectadores y la más
dolorosa para la víctima. Sin duda la más macabra y original.
Resultado de imagen de al andalus

Comentarios